La meditación es un entrenamiento para calmar la mente y penetrar en la naturaleza profunda de nuestro ser.
Estamos acostumbrados/as a pensar todo el tiempo, ni siquiera nos cuestionamos si hay otra manera de estar en el mundo. Aprendimos a vivir en la cabeza porque, además, nos lo estimularon desde que estábamos en edades tempranas: “Concéntrate”, “piensa”, “échale cabeza a eso”… Los momentos de estar en silencio con nosotros/as son vistos como una pérdida de tiempo.
La meditación es, entonces, deshacer este aprendizaje y volver al inicio, es decir, a conectar con nuestro ser más íntimo. Para esto, nos sentamos en una posición cómoda pero firme, que ayuda a que la mente se calme, y centramos la atención en la respiración para traer la mente al aquí y al ahora. Cuando ya estamos calmados/as, permanecemos con lo que va apareciendo, pensamientos, emociones… pero sin identificarnos con ellos, solo observando.
En el espacio de la meditación desarrollamos cualidades de la mente como la ecuanimidad, la paciencia, la disciplina, la compasión, entre otras cualidades. En la práctica de meditación aprendemos a observar sin juicio, a no engancharnos con las sensaciones agradables y a rechazar las desagradables… A medida que nuestro entrenamiento se hace más estable, estas cualidades emergen espontáneamente en la vida cotidiana.
La meditación nos ayuda a estar en el presente de manera consciente, sin necesidad de estar constantemente resintiendo el pasado o temiendo el futuro. Con la práctica vamos aprendiendo a descansar en la naturaleza de la mente. Esto nos lleva a sufrir menos y, por lo tanto, a ser más felices.